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Una combustión es una reacción química exotérmica en la que interviene el oxígeno. En toda combustión existe un elemento que arde (combustible) y otro que la produce (comburente), generalmente oxígeno gaseoso.
La combustión de hidrocarburos (compuestos formados por carbono e hidrógeno), y derivados, siempre conduce a la producción de dióxido de carbono y agua. Por ejemplo, cuando encendemos una cocina de gas (butano o propano), lo primero que ocurre es que el gas se vaporiza al salir por la boquilla, se mezcla con el aire y comienza a arder con una llama que va del azul al naranja. Si la combustión es completa, la llama será completamente azul, y si no hay oxígeno suficiente, la combustión será incompleta y presentará coloración anaranjada. Para que comience a arder tenemos que aplicar una chispa inicial, es decir aportar a la reacción la energía de activación suficiente. Si la falta de oxígeno en la combustión es importante se desprenden partículas finas de carbono llamadas hollín. Si no hay suficiente oxígeno, la combustión producirá monóxido de carbono, además de dióxido de carbono.
Como las reacciones de combustión son exotérmicas, liberan una gran cantidad de energía, que puede ser aprovechada para distintos fines (producción electricidad, transporte, etc)
En los seres vivos también se producen reacciones con oxígeno, pero éstas transcurren lentamente y sin la presencia de llamas, por lo que no se denominan combustiones, sino que se utiliza un término más genérico: oxidaciones. Por ejemplo, la glucosa reacciona con el oxígeno que introducimos en la respiración, produciendo dióxido de carbono y agua. El proceso es exotérmico y libera energía. El 40 % de la energía que producimos en los procesos metabólicos de oxidación la empleamos en realizar contracciones musculares y nerviosas. El resto lo liberamos en forma de calor, lo que nos permite mantener estable la temperatura corporal.